Las finanzas constituyen un papel básico en la vida de todas las personas. En cualquier ámbito, cualquier esfera en la que nos relacionemos, las finanzas tienen su protagonismo. Decisiones sobre cuánto gastamos, cuánto decidimos ahorrar, dónde invertimos nuestro ahorro, cómo nos endeudamos,… se suceden a lo largo de nuestra vida. Parece lógico por tanto poseer los conocimientos y habilidades para gestionar del modo más acertado posible esas decisiones.

De manera análoga a que el inglés –el idioma de los negocios-, o las matemáticas –el lenguaje de la ciencia-, deben tener un lugar preeminente en los currículos escolares, la educación financiera también debe formar parte de esa caja de herramientas de conocimientos básicos.

La alfabetización financiera resulta necesaria para una adecuada y eficiente gestión de nuestras finanzas personales y familiares. Nos instruye en la planificación necesaria  para, a través de esa gestión, dar cumplimiento a nuestros objetivos vitales a corto, medio y largo plazo. Desde cómo dotar un fondo de maniobra a modo de cobertura de contingencias, a cómo establecer un plan para financiar los estudios de nuestros hijos, o a tomar decisiones que nos permitan financiar adecuadamente nuestra jubilación.

Nos da las herramientas necesarias para el análisis, comprensión y comparación de las distintas alternativas financieras a nuestro alcance. Permite una toma de decisiones más informada y nos ayuda a una correcta calibración de los distintos riesgos a los que estamos expuestos. Incluso nos ayuda en la adecuada gestión emocional ante eventuales episodios imposible de prever. Momentos que generan enormes dosis de volatilidad e incertidumbre, como el que atravesamos en la actualidad.

La formación e información incrementa nuestra protección ante propuestas financieras no idóneas más allá de cualquier regulación proteccionista. Muchas operaciones sobre participaciones preferentes, hipotecas multidivisa, inversiones filatélicas, por no hablar de propuestas con clara apariencia de estafa, no se llevarían a cabo ante un usuario preparado e informado.

Sorprende por tanto que las competencias financieras no estén incorporadas a nuestros planes de estudio. Sin duda, una asignatura pendiente. En el último informe del programa internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) de la OCDE, los adolescentes españoles están más de diez puntos por debajo de la media en conocimientos sobre dinero, economía y finanzas. Según la Encuesta de Competencias Financieras del Banco de España y la CNMV –dirigida a poblaciones entre 18 y 79 años-, casi la mitad de los encuestados considera que sus conocimientos financieros son bajos o muy bajos. Como ejemplo, el 42% desconoce qué es la inflación.

El propio Banco Mundial reconoce que la educación financiera es determinante para reducir la pobreza e impulsar la prosperidad en las sociedades. Resulta evidente la correlación entre formación financiera de los ciudadanos y el bienestar colectivo de su sociedad, también en aquellos países a los que aspiramos a convertirnos y que convertimos en recurrentes referencias a seguir.

En los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU se establece como prioridad garantizar una educación de calidad como vector clave para reducir las desigualdades sociales, reducir la pobreza, ganar empleabilidad, y en definitiva, construir sociedades más desarrolladas.

La verdadera resiliencia de una sociedad no viene de masivos y permanente programas de ayudas públicas, ineficaces, temporales, limitadas y escasas por definición. La verdadera resiliencia proviene de la educación de sus ciudadanos. La resiliencia económica del país nace en la resiliencia de sus economías domésticas: personales, familiares y empresariales.

Tal vez  la razón de no incorporar la educación financiera en nuestros planes de estudio obligatorios sea precisamente hurtar la posibilidad al individuo de dotarse de las habilidades y conocimientos para lograr su independencia financiera. Tal vez exista la pretensión de someter a los individuos a la discrecionalidad de un ente estatal omnipotente y omnisciente al que deba ciega obediencia, o se pretenda generar una sociedad dependiente financieramente del estado.

Porque la educación es el mejor escudo para enfrentar situaciones de dificultad. La educación, y la educación financiera específicamente, es el primer escalón para enfrentarse a estas situaciones con garantías. La alfabetización financiera favorece muy especialmente a las personas más vulnerables económicamente, que tal vez no tendrían acceso a ella por otros medios por no contar con las facilidades materiales para tal fin. La inclusión financiera es la primera de las inclusiones, sobre la que se construye el resto.

La educación financiera mejora nuestras capacidades para enfrentarnos a situaciones de crisis, nos ayuda a una correcta planificación y gestión de nuestras finanzas personales y familiares. Mejora nuestra empleabilidad y reduce las desigualdades sociales, ayudando a escapar del círculo de la pobreza a aquellos más vulnerables económicamente. La educación financiera es determinante en impulsar la prosperidad de las sociedades, constituye la primera de las inclusiones sociales y es factor decisivo de su resiliencia.