La educación, en sentido amplio, es imprescindible para todas las esferas de nuestra vida, estando íntimamente relacionada con el potencial bienestar material de cualquier persona. Las finanzas constituyen un pilar básico en la vida de todos nosotros y deberían ser acreedoras de la misma atención que otras áreas de conocimiento reciben.
En países que tenemos como potencias económicas es muy habitual incorporar la Educación Financiera desde edades muy tempranas, con materiales adaptados para instruir a los niños con conceptos económicos. Esos países forman parte del grupo al que solemos denominar países ricos, en los que además se observan tasas de ahorro elevadas retroalimentando la relación entre capital y crecimiento, entre ahorro y bienestar. Quizás el nivel de destreza financiera de sus ciudadanos, adquirida desde el colegio, explique esa holgada situación económica.
En edades más adultas las finanzas constituyen un área estructural y prioritaria que merece nuestra atención. Decisiones sobre cuánto decidimos o podemos gastar, cuánto ahorramos, cómo y dónde canalizamos ese ahorro, cómo nos endeudamos, … se suceden a lo largo de nuestra vida, por lo que parece razonable poseer los conocimientos y habilidades para adoptar del modo más acertado esas decisiones.
La alfabetización financiera resulta imprescindible para una adecuada y eficiente gestión de nuestras finanzas personales y familiares. Nos instruye en la planificación necesaria para, a través de esa gestión, dar cumplimiento a nuestros objetivos vitales a corto, medio y largo plazo. Desde mantener un ahorro disponible para cubrir eventuales contingencias, a establecer un plan para financiar la educación de nuestros hijos, o para disponer de la adecuada cobertura financiera al llegar el momento de nuestra jubilación.
Ahora que se ha puesto de moda el concepto de resiliencia, y que la Agenda 2030 lo impregna todo, resulta sorprendente el poco caso que se le presta a la Educación Financiera en nuestro país. Sin embargo, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de esa Agenda 2030 se establece como prioridad garantizar una educación de calidad como vector clave para reducir las desigualdades sociales, reducir la pobreza, ganar empleabilidad, en definitiva, construir sociedades más desarrolladas.
La verdadera resiliencia de una sociedad no viene de masivos y permanentes programas de ayudas públicas, ineficaces, temporales, limitados y escasos por definición. La verdadera resiliencia proviene de la educación de sus ciudadanos. La resiliencia económica del país nace en la resiliencia de sus economías domésticas: personales, familiares y empresariales.
En el actual contexto marcado por los efectos económico de la COVID-19 lo anterior cobra aún más importancia. Porque la educación es el mejor escudo para enfrentar situaciones de dificultad. La educación, y la educación financiera específicamente, son el primer escalón para enfrentarse a estas situaciones con garantías. La alfabetización financiera favorece muy especialmente a las personas más vulnerables económicamente, que tal vez no tendrían acceso a ella por otros medios por no contar con las facilidades materiales para tal fin. La inclusión financiera es la primera de las inclusiones, sobre la que se construye el resto.
A modo de ejemplo y ante el regreso de las tensiones inflacionistas, todos debemos ser conscientes de que este fenómeno nos empobrece sistemáticamente si no hacemos nada para evitarlo. Una inflación permanente del 2% durante veinticinco años provoca que nuestro ahorro valga un 40 % menos derivado de la pérdida de poder adquisitivo. La Educación Financiera nos da los conocimientos para la adecuada comprensión de este fenómeno y sus consecuencias, y sienta las bases para el análisis y comparación de las distintas alternativas a nuestro alcance para evitar o tratar de paliar sus negativos efectos sobre nuestro ahorro.
Además, nos facilita las herramientas para conocer y a calibrar correctamente los distintos riesgos que podemos soportar y cómo diversificarlos. Incluso nos ayuda en la adecuada gestión emocional ante eventuales episodios imposible de prever, ante circunstancias que generan enormes dosis de volatilidad e incertidumbre, momentos como los que atravesamos en la actualidad.
Finalmente, la formación e información financiera incrementa nuestra protección ante propuestas de inversión no idóneas o a las que accedemos llevados por titulares o modas.
La Educación Financiera, por tanto, nos dota de las habilidades y conocimientos para lograr la necesaria independencia financiera, cimiento de la autonomía y libertad individual.